lunes, 6 de junio de 2016

El camino y la meta



Desde pequeños nos han enseñado a valorar las metas y no, al menos suficientemente, el camino recorrido hasta alcanzarlas. El camino pronto es olvidado cuando no alcanzamos el objetivo.
Hace unos días, el Real Madrid y el Atlético de Madrid llegaron a la final de la Champions recorriendo distintos caminos. A mí, particularmente, me gustó más la trayectoria seguida por el equipo Colchonero, apeando al Barcelona y Bayern de Munich. Pero alcanzar una final pronto deja de ser una meta si existe otra superior, en este caso, ganar esa final. El Atlético ha tenido una trayectoria impecable y, por pequeños detalles, no alcanzó esa auténtica meta. Pasará poco tiempo para que sólo el Real Madrid sea recordado por esta edición de la Champions League. Se hablará de sus once títulos en esta Competición y, del Atlético, simplemente se dirá que llegó tres veces a una final de Champions que no logró vencer. Esto es un error y es muy injusto, pero lo cierto es que no se valora la trayectoria, sólo los logros. Y deberíamos valorar no sólo lo que se consigue, sino cómo se consigue. Deberíamos valorar también a los que no fueron capaces de llegar a una meta pero han tenido una trayectoria brillante, deberíamos valorar ese esfuerzo.
Nuestros hijos, desde muy pequeños, captan la idea de la competitividad excesiva y la importancia de las calificaciones. Desde muy jóvenes se convierten en niños de “sobresaliente” o niños a los que les cuesta mucho aprobar. De alguna manera les estamos encasillando, haciendo un ranking con ellos. Pero, ¿de qué vale un diez en un examen si lo hemos copiado de otro compañero? ¿de qué vale si no hemos asimilado lo aprendido porque sólo buscamos la nota? Deberíamos reflexionar sobre este tema, porque es educacional, se aprende.
A lo largo de nuestras vidas vamos consiguiendo metas, que no dejan de ser metas volantes de una etapa cuyo recorrido total es nuestra existencia. Por tanto, la meta de todos no es otra que la muerte. Ante ella, pierden su importancia el resto de metas alcanzadas durante nuestras vidas. Y, precisamente en ese instante, cuando todo se acaba, es cuando hablamos de disfrutar del momento y vivir el día a día como un regalo. La meta de todas las vidas es la muerte. Pero qué distinta es esa vida sin aquella sesión de cine, sin aquel beso a aquella chica, sin aquel viaje, sin aquellas palabras que un día lejano escuchamos de nuestro padre, sin todos esos recuerdos. 
Eso es lo que nos queda: el camino recorrido.

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