sábado, 16 de mayo de 2015

El bull terrier que se fue


Sucedió en La Coruña y no me lo contó el viento. Fue mi hija quién me puso en antecedentes y pensé que quizá podría ayudar. Acababan de atropellar a un perro y su dueño lloraba con desconsuelo. Apenas nos separaban cien metros del lugar del suceso, en la calle Juan Flórez. Efectivamente, allí estaba, seguía allí, tendido en la acera sobre un charco de sangre. Era un bull terrier blanco de unos seis meses que pertenecía a un chico de unos veinte años que maldecía su suerte. Su padre, de unos cincuenta años, acababa de llegar. Se desahogaba gritando a tres policías municipales por su ineficacia. El pobre can agonizaba desde hacía media hora sin que nada hiciesen que cambiase aquella muerte anunciada. Fue todo un despropósito. Un descuido del joven, un atropello de un coche que no se detuvo. Alguien tomó la matrícula. Pero, sobre todo, había una autoridad desconcertada, sin un protocolo para actuar ante un hecho semejante y un perro que se despedía del mundo de los vivos. Acaricié al animal buscando su respiración y latidos. Creo que estaba a punto de irse, pero le quedaba un hilo de vida. Una hora antes era un cachorro alegre, vigoroso, juguetón. Los municipales llamaban a veterinarios de la zona que contestaban que les acercasen el cachorro a la clínica. No digo que no mostrasen pena por lo ocurrido, pero se mostraron totalmente ineficaces y distantes. No podemos hacer nada, tienen que quitar al perro de la acera, sentenciaron. Eso fue lo que decidieron después de marear la perdiz durante unos cuarenta minutos eternos. Disponíamos de una toalla que nos facilitó una peluquera cercana. El perro ya no respiraba y su corazón no latía. Tenía la cabeza destrozada, con los sesos sujetos sólo por la piel, pero fuera del cráneo. Probablemente no sufrió demasiado, pues perdió la consciencia en el momento del impacto. Probablemente, nada se podría haber hecho. Eso les transmití a los dueños más por consuelo que por conocimiento. Les ayudé a colocar al perro, que en realidad era hembra, sobre aquella toalla. El animal estaba caliente y desprendía ternura, pero todo había terminado. Fue lamentable, triste, surrealista …. ¿Algo así ocurriría en París o Londres? ¿Realmente somos Europa? Sugiero que la próxima vez que ocurra algo semejante tengan unas pautas que seguir. Algo que transmita confianza y seguridad a los viandantes. Al fin y al cabo, se trata de vidas, aunque no sean personas.

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