sábado, 29 de noviembre de 2014

Una oriental en Ikea


Era viernes y había comprado unos archivadores que me ayudasen a ordenar los papeles de mi vida. Pretendía poner remedio a mis errores en un mundo repleto de errores. Un matrimonio de unos cincuenta años de edad disfrutaba con su hija en Ikea. La niña era feliz, sin duda, lo era. Era oriental, tenía unos diez años y probablemente era china. Pensé en lo infrecuente que era encontrarse, no hace tantos años, con una persona de distinta raza en una ciudad como ésta. Me planteé lo distinta que podía haber sido la vida de aquella niña de no haberse topado con la disposición de aquella pareja en hacerla partícipe de su existencia. Estaba vestida con ropa como la de cualquier niña española de diez años y era bastante delgada. Una oriental con ropa occidental, disfrutando de costumbres yanquis. Comía una hamburguesa en un día declarado por la firma sueca como "black friday". Año tras año, el mestizaje cobra más protagonismo en un mundo que decimos que es cada vez más global. Y no es sólo global porque internet y las nuevas tecnologías lo hayan hecho posible. La realidad es cada vez más global, así lo vemos cada día, en cualquier calle de cualquier ciudad. Pensé que estaba bien que aquella niña china fuese rescatada de un futuro incierto en su país natal, nada propicio para las féminas. Pensé en lo mal encajadas que están las piezas de este mundo global, en lo poco que hacen los Gobiernos, en lo mucho que hacen algunas personas de alma noble. En lo determinante de nacer aquí o allá. Ahora, al menos, no es tan definitivo como hace unas décadas. Porque existen almas que cambian las vidas de otras para siempre.